30 d’abril 2018

LAS CLOACAS DEL PODER


El mono tema procesista cada vez resulta más tedioso, quizás por eso, el sunami que ha removido, estos días, la ciénaga política madrileña ha despertado nuestras neuronas y ha dado un poco de vida ante tanto titular de victimismo ya amortizado.
Así las cosas, a los que tenemos la gran suerte de dejar por escrito nuestras opiniones sobre los temas más variopintos y, además, verlas publicadas, nos ha venido como agua de mayo el lamentable espectáculo que ha ofrecido Cristina Cifuentes con su máster no realizado y las cremas no pagadas.
Dicen que Cifuentes tenía previsto presentar su dimisión como presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid el próximo 2 de mayo. Precisamente el día que se celebra la Fiesta de la Comunidad. Sin embargo, alguien, por si acaso, ha decidido hacerla caer antes.
Se comenta en los mentideros políticos madrileños que, en otoño de 2016, un empresario con importantes intereses en la Comunidad se puso en contacto con diversos medios de comunicación de ámbito nacional ofreciéndoles importante documentación sobre la vida privada de Cristina Cifuentes, entre la misma un video que la dejaba bastante mal parada, a cambio de que se dejara de publicar información sobre el ático de Ignacio González en Estepona. Entonces, nadie entró al trapo y el asunto, hasta hace unos días, permaneció archivado, vayan a saber ustedes donde.
El caso es que, 35 días después de que se destapara el escándalo del no máster, a Cifuentes le ha estallado un bombazo en plena cara,  por hurtar unas cremas en un centro comercial. El hecho en sí es doblemente miserable. Miserable porque alguien ha hurgado en la vida personal de un cargo público para sacar sus miserias a la luz y acabar así con su carrera política. A la vez, también es miserable que una persona en la que millones de ciudadanos han depositado su confianza para que gestione cosas tan sensibles como la sanidad, la educación de los hijos o las ayudas sociales, haya sido capaz de hurtar unas tristes cremas regeneradoras. Si eso hizo en un súper mercado ¿qué no sería capaz de hacer en un lugar como el Gobierno de la Comunidad de Madrid dónde se mueven cientos de millones de euros? Menos mal que cuando accedió al cargo advirtió que tendría tolerancia cero con la corrupción porque si no, a poco que se hubieran despistado los madrileños se lleva a su casa la fuente de Cibeles o la puerta de Alcalá. Eso sí, por error y sin darse cuenta, naturalmente.
De hecho, Cifuentes debería haber dimitido inmediatamente después de que se destaparan las irregularidades de su título. Ella sabía mejor que nadie que había de verdad y que de mentira en ese affaire. Sin embargo, prefirió poner en marcha el ventilador y hacerse la víctima lamentando una campaña contra ella de acoso y derribo, orquestada, según dijo, desde su propio partido.
Bien es cierto que fue Cifuentes quien informó al fiscal de posibles irregularidades en el Canal de Isabel II y que también puso al descubierto diversas deficiencias en la construcción de la ciudad de la Justicia.  Quizás, de esa forma, la ya expresidenta estaba firmando su defunción política y ahora los carroñeros políticos no han hecho otra cosa que cobrarse la pieza al más puro estilo de la mafia.
Hace un par de semanas era aclamada en la convención que su partido hizo en Sevilla. En cambio, ahora, algunos de aquellos que entonces la aplaudieron son los que han precipitado su caída.
Muchos pensábamos que con la corrupción del PP valenciano ya habíamos visto todo lo malo y peor que se podía ver en política. Nos equivocamos. En Madrid, desde el tamayazo en 2003 y con los casos Gürtel, Púnica y Lezo, además de los aferes internos, los populares nos han demostrado que siempre se puede hacer peor y siempre se puede corromper más.
Desde luego, no seré yo quien mueva un dedo ni escriba una frase en defensa de un personaje como Cristina Cifuentes. No obstante, este turbio asunto pone de relieve que, si los caminos del Señor son inescrutables, lo que se cuece en la cocina de las cloacas del poder, para conseguirlo, mantenerlo o cargarse a quien lo ostenta -según interese en cada momento-, es insondable.

Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies 30/04/18

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