La situación política en
Cataluña cada vez se asemeja más a un espectáculo de esperpento, pero en malo.
El separatismo se ha partido
en dos mitades. Por un lado, JxCat y por otro ERC, en medio la CUP arrimando la
ascua a la sardina de la insurrección, la desobediencia y que salga el sol por
Antequera.
En octubre fue Puigdemont
quien quiso poner un poco de sentido común a la situación, por eso pensó en
convocar elecciones y evitar, de ese modo, la aplicación del 155. Entonces los
de Esquerra movilizaron al personal, trataron al president de traidor, éste se
acoquinó, dio marcha atrás, seudo proclamó la república (como si fuera un coito
interruptus) y puso pies en polvorosa, camino de la condescendiente Bélgica.
Ahora los papeles han
cambiado, el hooligan es Puigdemont que se aferra a una presidencia de la que
fue destituido y que, digan lo que digan y hagan lo que hagan, nunca volverá a
ejercer. Mientras, ERC aspira a la elección efectiva de un president de la
Generalitat que constituya un Govern y, como consecuencia de todo ello, se
levante el famoso155.
A todo esto, la CUP está
empeñada en crear una asamblea constituye para, entre otras cosas, elaborar una
constitución catalana y desobedecer de manera descarada y provocativa al
Tribunal Constitucional (TC). Eso sí que es, a mí modo de ver, inteligencia
política y lo demás son tonterías.
De hecho, lo que tiene el
soberanismo sobre la mesa, es encontrar un mecanismo que permita que se
visualice a Carles Puigdemont como president, aunque sea de manera simbólica. Según
parece la idea que en los últimos días ha ido ganando fuerza es nombrarlo a
través de la Asamblea de Cargos Electos, un órgano no oficial que se constituyó
antes del verano, en previsión de que las instituciones catalanas fuesen
intervenidas. Esta asamblea está formada por unos 4.000 cargos electos,
alcaldes, concejales y diputados. Ahora bien, este organismo está, todavía, en
fase embrionaria. Aunque se presentó en diversas comarcas ni tiene estatutos,
ni tiene presidente, ni ningún reconocimiento de ninguna clase, más allá del
universo indepe.
En consecuencia, si ese
organismo u otro similar invistiera a Puigdemont como president no tendría base
jurídica alguna, por tanto, su legitimidad sería, cero. Tan solo el Parlament
es la única institución que puede investir un president con plena legitimidad;
en consecuencia, todo lo demás será u brindis al sol.
Una vez más el independentismo
catalán está prisionero de su propia insensatez. Sus planteamientos, de nuevo,
no son jurídicamente viables ni políticamente sostenibles. Viven en su mundo
paralelo, aunque en algún momento deberán volver a la realidad, porque no se
puede vivir eternamente colgado de una entelequia.
Quizás en ese contexto se
entiendan las recientes declaraciones de la portavoz de JxCat y presumible
sustituta de Carles Puigdemont que ha dicho que su grupo está pensando en
modificar la ley de presidencia en lectura única para poder investir al huido a
Bruselas. También, ha manifestado que la estrategia de su formación política es
poner al Estado contra las cuerdas.
Pues bien, personas que
estaban presentes cuando ese personaje hizo esas declaraciones, me han
asegurado que ni le salieron los colores ni se le cayó la cara de vergüenza. Ya
se ve que hay gente para todo. Seguramente en JxCat imaginan que las fuerzas de
la oposición no van a decir nada, que el TC no va a impugnar las barbaridades
jurídicas que ellos hagan y que el Estado va a permanecer ajeno a todo. Y, sin
embargo, si los demás hacen dirán que los maltratan y oprimen. Esta gente es
así.
Esta es la clase política que
aspira a dirigir nuestro país. Seamos razonablemente optimistas y esperemos que
más pronto que tarde despierten de sus sueños, comprendan su insensatez y,
aunque no pidan perdón (que sería el mínimo exigible) vuelvan a poner los pies
en la tierra. Tal vez entonces, podamos ver la luz al final del túnel.
Mientras, la cosa está cruda.
Bernardo Fernández
Publicado en El Catalán
08/02/18
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