Todas las encuestas que se han
hecho hasta la fecha sobre el 21 D coinciden en dos puntos. Uno, la previsión
de una muy alta participación -es posible que sean las elecciones autonómicas
con más votación de la historia-. Dos, el número de indecisos supera
ampliamente el 20%.
Con estos datos sobre la mesa,
es fácil comprender que todo esté abierto y que, a priori, cualquier resultado
es posible. Incluso que, dada la radicalización existente, salga un parlamento
muy fragmentado, no se pueda formar gobierno y haya que ir a nuevas elecciones.
Sea como sea, este próximo
jueves, a primeras horas de la noche, saldremos de dudas. Entonces ya sabremos
a que atenernos y por donde soplará el viento a corto y medio plazo.
De todos modos, esa será una página
de nuestra historia que está por escribir. Sin embargo, lo que ya está escrito
es el legado independentista de los últimos años, y de manera especial lo que
ha dejado el procés desde finales de 2015 hasta hoy.
Nos quisieron hacer creer que
el proceso de independencia sería algo festivo, amable y respetuoso. Algunos lo
calificaron de la revolución de las sonrisas. Pero un día el juez Santiago
Vidal se descuelga diciendo que habían conseguido nuestros datos de forma
fraudulenta. Pocas semanas después era el diputado Lluís Llach el que amenazaba
a los funcionarios del riesgo que corrían si no cumplían la ley. Su ley.
Un buen día, la violencia hizo
acto de presencia. Fue los días 20 y 21 de septiembre, durante el cerco que se
hizo a la Consejería de Economía, bloqueando la salida de la Guardia Civil y con
el destrozo de diversos coches policiales.
Después, nos confirmaron lo
que ya sabíamos: que el Govern había utilizado una retahíla de falsedades y
mentiras para engañar a la ciudadanía, como reconoció el exconsejero Toni
Comín.
Por otra parte, los insultos
las falacias y las ofensas con el paso del tiempo ha ido aumentando su calibre.
Pero desde octubre se ha abierto la veda. Las expresiones, de “fascista” o de “hijo
de puta” están a la orden del día para quien no está por el procés. Asimismo, según
Marta Rovira, “España no es una democracia” y el expresdent fugitivo habla de
“persecución” “represión” y “presos políticos”, sin inmutarse. Como me dijo un represaliado del franquismo:
“qué sabrá éste lo que es un preso político.”
Ahora ya, en plena campaña
electoral y quizás por lo ajustados que se prevén los resultados, se han hecho
pintadas y escraches a los partidos constitucionalistas. Incluso al autocar de prensa
que sigue a Ciudadanos. Se está boicoteando, casi de forma sistemática, a entidades
que no son de la cuerda secesionista, como es el caso de Sociedad Civil
Catalana. También se han lanzado insultos del más puro estilo homófobo y barrio
bajero a Miguel Iceta, de quien se ha dicho que tiene los “esfínteres
dilatados” o el gran actor Toni Albà, reconocido mundialmente, trató de “mala
puta” a Inés Arrimadas. Pero es que incluso en TV3 celebraron la muerte del
fiscal Maza.
Por si con todo esto no
hubiera suficiente, en el terreno económico las cosas no han ido mejor. El
número de sociedades que ha cambiado el domicilio social para buscar
estabilidad política y seguridad jurídica supera las 3.000, desde el 1 de
octubre. Estos cambios, en principio, no implican ni cambio de personal ni
traslado físico de las oficinas. Por el contrario, el caso de los cambios de
sede fiscal es distinto (cosa que ya han hecho un millar largo de sociedades).
Entonces, los tributos se pagan donde la empresa ha ubicado su sede fiscal, lo
que supone merma de ingresos para la hacienda pública catalana.
Desde hace tiempo, unos
cuantos escribanos y/u opinadores, entre otros, hemos ido advirtiendo del
riesgo de fractura social que generaba la mal llamada revolución de las
sonrisas. No dudaron, entonces, en tacharnos de exagerados y agoreros.
Ahora, lamentablemente,
aquella advertencia se está haciendo realidad. Y si algún valor añadido ha
tenido Cataluña ha sido su capacidad de acogida y su cohesión social; las
consecuencias: un sistema de convivencia digno de envidia, y no nos no nos
podemos permitir, bajo ningún concepto, el lujo de perder nuestro bien más
preciado: la cohesión social.
Esperemos, pues, que todo
quede aquí, porque si los soberanistas siguen empecinados en seguir adelante
con su fantasía imposible, llegará la violencia en las calles (de hecho, los
demócratas de la CUP ya han dicho que si el independentismo es derrotado no
aceptarán los resultados y harán todo los posible para hacer inviable la actividad
parlamentaria, y de ahí a la algarada callejera sólo hay un paso). Además, de
seguir así, terminarán por destruir el prestigio que Cataluña tiene en el mundo
y acabarán por cargarse la marca Barcelona que ya han mancillado bastante.
Ese es, a grandes rasgos, el
legado que nos deja el procés. Ahora bien, si el jueves 21 vamos a votar de
forma masiva, a eso de las diez de la noche podremos empezar a dejar atrás todo
este mal sueño. Dentro de un tiempo nos parecerá que fue una pesadilla. Y
pesadillas cuantas menos, mejor.
Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies
18/12/17
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