A
juzgar por los acontecimientos, en Cataluña tenemos una cierta tendencia a llevar
a cabo grandes epopeyas en el mes de octubre que, acertadas o no, quedan en la
historia de nuestro país.
Así,
por ejemplo, en estos días se han cumplido cuarenta años del regreso del
President Josep Tarradellas (fue el 23 de octubre de 1979). Con ese retorno, se
hizo posible la recuperación de la Institución más emblemática: la Generalitat
de Catalunya y del autogobierno.
La
llegada de Tarradellas a la plaza de Sant Jaume fue una de las efemérides más
celebradas de la Transición. En su salida al balcón de la Generalitat,
acompañado de los líderes políticos del momento, el President pronunció una
breve alocución iniciada con el famoso: “¡Ciutadans de Catalunya ja sóc aquí!”.
Se cerraban así 38 años de exilio y empezaba la etapa más fructífera y plena de
autogobierno de Cataluña de toda la historia.
También
en este mes de octubre se han cumplido 83 años de “els fets d’octubre”. Como
todo ustedes saben, a las ocho y diez minutos de la tarde del 6 de octubre de
1934, el President Lluís Companys apareció en el balcón de la Generalitat de
Cataluña, acompañado por todo su gobierno, y proclamó el Estat Català dentro de
la República Federal Española.
Tras
una noche de forcejeos, escaramuzas, barricadas y disparos, que tuvieron como
consecuencia 80 muertos, sobre las siete de la
mañana del 7 de octubre las tropas leales al Gobierno central, mandadas por el
general Batet entraron en el Palacio de la Generalidad y detuvieron, entre
otros, a Companys y a su gobierno. Acto seguido, detuvieron también en el
Ayuntamiento al alcalde Carles
Pi i Sunyer y a los concejales de
ERC que le seguían. Los apresados fueron trasladados al buque Uruguay, anclado
en el puerto de Barcelona, reconvertido en prisión.
Las consecuencias del quebranto del
orden establecido fueron nefastas. El gobierno de Lerroux desató una dura
oleada represiva con la clausura de centros políticos y sindicales, la
supresión de periódicos, la destitución de ayuntamientos y miles de detenidos,
sin que se pudiera demostrar que hubieran tenido una actuación directa en los
hechos, lo que evidenció una voluntad punitiva y arbitraria, con claros componentes
de venganza.
La autonomía fue suspendida
indefinidamente por una ley aprobada el 14 de diciembre a propuesta del
Gobierno (la CEDA exigía la derogación del Estatuto) y la Generalidad de Cataluña fue sustituida por un Consejo de
la Generalidad designado por el Gobierno. Meses después algunas de las
competencias de la Generalidad le fueron devueltas, pero no las de Orden
Público.
De no haber sido por la
victoria del Frente Popular en febrero del 36 y el consiguiente cambio de
gobierno, con toda probabilidad Companys y sus acólitos hubieran pasado muchos
años entre rejas y las competencias de la Generalitat hubieran continuado bajo
mínimos. Pero eso son, tan solo hipótesis. El hecho cierto es que, después, en
julio del mismo año se produjo el alzamiento militar contra la legalidad
Republicana que acabó desembocando en la Guerra Civil, pero esa es otra
historia.
Dicen
que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Pues
bien, Carles Puigdemont o desconoce la historia de Cataluña (cosa que no creo)
o ha querido repetirla (lo que es una irresponsabilidad supina), a sabiendas de
que su entelequia es irrealizable. Después de tener a todo el mundo en vilo,
mientras deshojaba la margarita para ver si convocaba elecciones o proclamaba
la independencia, optó por la peor solución posible: proclamar la independencia
(DUI). Cosa que hizo el 27 de octubre de 2017.
Como no
podía ser de otro modo, el Gobierno central no tardó en poner marcha el
artículo 155 de la Constitución y como consecuencia, cesó al Govern en pleno, disolvió
el Parlament y convocó elecciones autonómicas para el 21 de diciembre, además
de otras medidas complementarias.
Así
pues, nos hemos quedado con una independencia virtual, porque quien tiene el
poder es quien controla el flujo del dinero público, quien manda en los cuerpos
de seguridad y aquellos que controlan puertos y aeropuertos, entre otros
asuntos de no menos relevancia como pueden ser tener la firma en el DOG. Lo
otro son bagatelas y coros de grillos cantando a la luna. Estos muchachos
querían tener un Estado y nos han dejado (aunque sea temporalmente) sin
autonomía.
La
situación política, en Cataluña, es caótica, la fractura social evidente y la
economía anda hecha unos zorros. Por si alguien alberga aún alguna duda, las
cuatro asociaciones de jueces existentes en España han puesto de manifiesto que
la única legalidad es la que emana de la Constitución
Con
este panorama de fondo, lo que suceda en los próximos días será decisivo y
hemos de esperar que ningún descerebrado de uno u otro bando cometa alguna
barbaridad que tengamos que lamentar.
En
estas circunstancias, es normal que los posicionamientos estén muy enconados.
Esperemos que, poco a poco y de aquí al 21 D, la cosas se normalicen tanto como
sea posible. Eso sería lo mejor para celebrar unas elecciones que nos traigan
una nueva manera de hacer política. De no ser así, corremos el riesgo de volver
a las andadas; aunque, ciertamente, siempre se pueden hacer las cosas mal, es
bien cierto que, peor que ahora, parece imposible.
En
cualquier caso, y a juzgar por los acontecimientos, resulta obvio que octubre
es un mes propicio para las grandes gestas de los catalanes. Esperemos que
diciembre sea un mes adecuado para recuperar el seny y, mediante las urnas, los
ciudadanos de Cataluña pongamos a cada político en el lugar que le corresponde.
Sería la mejor manera de poner nuestro grano de arena para tener, si no un
feliz año, si al menos un tranquilo 2018. Nos lo merecemos.
Bernardo
Fernández
Publicado
en e-notícies 30/10/17
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