13 d’octubre 2017

ILUSIÓN, JÚBILO Y DECEPCIÓN

El presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, compareció, a petición propia, en el Parlament el pasado 10 de octubre. En la petición formal se decía que era para informar a la cámara del resultado del no referéndum del día uno.
Ciertamente, la convocatoria suscitó muchas expectativas entre los secesionistas y curiosidad en nuestro entorno sociopolítico. Prueba de ello, es que se colocaron pantallas gigantes en diversos lugares del país para que la ciudadanía pudiera seguir la intervención del máximo mandatario y las posteriores réplicas de los líderes de los grupos parlamentarios, y en el Parlament se acreditaron un millar largo de periodistas, dispuestos a narrar la evolución de los acontecimientos a sus respectivas parroquias.
Todo transcurría según el guion previsto, sin embargo, cuando llegó la hora de la verdad (en esta ocasión las seis de la tarde) desde presidencia pidieron aplazar el inicio del pleno. Algo no funcionaba. Ver la cara de los diputados independentistas era un poema. Ver la cara de sorpresa de los diputados no independentistas de la oposición, una novela de intriga. Los primeros nubarrones, amenazando tormenta, aparecían en el cielo, hasta entonces, impoluto del secesionismo catalán.
Según parece Puigdemont había pactado un texto para su intervención, con los antisistema de la CUP, pero a pocos minutos de su comparecencia, les pedía cambiar los términos y dejar en suspenso la independencia. El motivo: las fuertes presiones a las que se estaba viendo sometido el presidente para que no llevara a cabo una declaración unilateral de independencia (DUI).
Uno de los lugares emblemáticos de esta efeméride fue el Paseo de Lluís Companys, en Barcelona, que da acceso al parque de la Ciutadella, donde se encuentra la cámara catalana. Allí, unas 30.000 personas esperaban la DUI. El presidente empezó su discurso y la ilusión se masticaba en el ambiente, mediante un hábil y calculado juego de palabras, Carles Puigdemont declaró un estado catalán independiente en forma de república. Aquí muchos creyeron tocar el cielo con las manos, llegó el éxtasis y el júbilo era palpable. Sin embargo, dura poco la alegría en casa del pobre, y de manera inmediata el presidente pidió al Parlament que suspendiera la declaración de independencia para dialogar en las próximas semanas. En definitiva, la teórica independencia duró unos quince segundos. Lo que hasta entonces había sido ilusión y jubilo se convirtió en fracaso, frustración y decepción.
Con este panorama de fondo, considero que Mariano Rajoy, por una vez, y sin que sirva de precedente, ha actuado de modo correcto con el requerimiento para que Puigdemont aclare la situación y advierta con la posibilidad de utilizar el artículo 155 de la Constitución. No obstante, en mi opinión, hubiera sido un gran acierto poner, de manera simultánea, sobre la mesa un guion para el diálogo si el presidente de la Generalitat se avenía a olvidar sus aventuras independentistas y reingresar en el camino de la constitucionalidad.
En cualquier caso, ocurra lo que ocurra en las próximas semanas, ni pude ni debe haber mediación alguna. Mucho menos de la UE o actores extranjeros. Ni estamos ante un conflicto internacional ni aquí estamos en una guerra tribal. Esto es un asunto interno y en España hay un Estado de derecho. Lo que está en juego es la paz social y las libertades, que es lo mismo que decir que nos jugamos nuestro sistema democrático que se basa en la solidaridad y el respeto entre los ciudadanos. Por eso, hemos de rechazar de plano cualquier usurpación que quieran hacer de aquello que es común y de manera especial el grito de los antisistema cuando dicen que las calles serán siempre nuestras; es decir de ellos. Los que ya tenemos una edad aún recordamos espeluznados el grito de aquel redomado franquista que decía la calle es mía.
En estas circunstancias, la negociación es más necesaria que nunca, pero también más difícil. Me cuesta creer que, unos políticos que más pronto o más tarde, por pura justicia, han de ser inhabilitados y otro que no tiene ni visión de futuro ni cuajo para afrontar unas reformas imprescindibles para la viabilidad de España, sean los interlocutores adecuados para sacarnos del embollo en que unos y otros nos han metido.
Para evitar más decepciones se necesita savia nueva: gente preparada, dispuesta y con ganas. ¿Alguien sabe dónde están?


Bernardo Fernández

Publicado en e-notícies. com 13/10/17

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