23 d’octubre 2017

Balance provisional de una insensatez política

Lo que una gran mayoría de ciudadanos no queríamos que ocurriera, va a suceder.
En efecto, el pasado sábado, el Consejo de Ministros, reunido en sesión extraordinaria y presidido por Mariano Rajoy, decidió poner en marcha el artículo 155 de la Constitución para que el Govern de la Generalitat cumpla con sus obligaciones constitucionales y cese en aquellas actividades que según el Ejecutivo central dañan gravemente el interés general. En consecuencia, propone al Senado la aprobación de una serie de medidas, que entiende necesarias, necesarias para garantizar el cumplimiento de las obligaciones constitucionales y la protección del mencionado interés general.
Dicho en román paladino: se cesará al President de la Generalitat y a todo el Consell Executiu, se hará lo mismo con los cargos de confianza que se considere oportuno. En definitiva, todo el aparato gubernamental y legislativo será controlado y dirigido desde los ministerios en Madrid. Asimismo, el Ejecutivo central confía que en un plazo no superior a seis meses se restablezca la normalidad en Cataluña y se puedan celebrar elecciones al Parlament.
Sin duda alguna es pronto para sacar conclusiones, pero esto es algo nunca debería haber llegado a suceder. El 21 de octubre de 2017, será recordado como una de las fechas más tristes de nuestra reciente historia democrática.  Eso, será algo que siempre deberemos agradecer a nuestros gobernantes. Los de aquí y los de allí.
Estoy convencido que éramos muchos los ciudadanos que aún conservábamos una brizna de esperanza y pensábamos que unos recuperarían el seny, los otros el sentido común y les daría por sentarse en torno a una mesa, exponer ideas, debatir sus puntos de vista y -puestos a elucubrar- llegarían a algún tipo de acuerdo. Hubiera sido magnífico. Sin embargo, no. Me gustaría equivocarme, pero, no. Ni se ha producido ni se va a producir acuerdo alguno. Cada cual va a seguir atrincherado en su universo diminuto y egocéntrico, esperando la rendición incondicional del otro. y a ver quien la tiene más larga.
En estas circunstancias, pese a vivir momentos muy difíciles, no está de más hacer un primer balance, aunque por fuerza ha de ser provisional, del coste-beneficio que nos supone hasta el momento el proceso de ruptura con el resto de España y como puede evolucionar la situación de ahora en adelante.
En el terreno político, la UE, lo hubiera podido decir más alto, pero no más claro: “Apoyamos al Gobierno español”, manifestó la canciller Merkel tras la reunión de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada recientemente en Bruselas. Asimismo, el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, habló de: “populismos nacionalistas. Más claro, agua.
Por lo que respecta al ámbito relacional, la fractura social entre familias, entre amigos o en las comunidades de vecinos, es un hecho. Para evitarlo, o se prohíbe directamente hablar del tema o si se habla, la conversación suele acabar en bronca. El tema, obviamente, es el proceso secesionista y todo lo que conlleva.
Pero si en algún ámbito el descalabro resulta evidente, es, sin duda, en el mundo económico. A día de hoy, las empresas que han trasladado su sede social fuera de Cataluña, por la incertidumbre política y jurídica que genera el independentismo, han superado, de largo, el millar. En contrapartida, tan sólo 49 han sentado sus reales en tierras catalanas. La venta de coches ha caído más de un 15%, en las últimas dos semanas. Desde el gremio de hostelería cifran en un 20% la cancelación de reservas hoteleras y la previsión es que este año se facturen unos 1.200 millones de euros menos que el anterior.
Pero es que, además, la elevada deuda externa y la calificación de bono basura que nos otorgan las agencias de calificación, hacen que, ante un más que hipotética independencia, Cataluña no pudiera acudir a los mercados internacionales en busca de financiación. En consecuencia, declarar la independencia, hacerla efectiva y declarar suspensión de pagos, vendrían a ser un tres en uno.
De todos modos, los auténticos perjudicados de todo este sin sentido no van a ser ni las grandes empresas ni la burguesía. Estos especímenes saben nadar y guardar la ropa. Además, tienen las espaldas cubiertas. Aquí los damnificados, como siempre, va a ser la clase trabajadora, que, traducido al terreno social, es lo mismo que decir las clases medias y populares.
Con toda probabilidad, quienes primero van a notar la desaceleración económica serán los empleos relacionados con el turismo. Después, las lamentaciones y el crujir de dientes vendrán con las deslocalizaciones. El prestigio y la reputación ganados con gran esfuerzo y trabajo a lo largo de mucho tiempo se irán por el sumidero gracias a la insensatez política de unos gobernantes descerebrados.
Un ejemplo elocuente de todo este mal sueño lo tenemos en Quebec, donde tanto les gusta mirarse a los secesionistas. Allí, las empresas se fueron cuando empezó la mandanga independentista y luego ya no volvieron. Los trabajadores de multinacionales o cualificados marcharon o se pudieron recolocar. Sin embargo, los poco cualificados, las pequeñas empresas y los trabajos con poco valor añadido fueron los más afectados.
Ahora, hay que ver que reacciones se producen y como se encaja el golpe. De todos modos, el daño infringido, en los diferentes ámbitos, es grande. No obstante, aún se puede rectificar si hay voluntad para ello. Ciertamente, quedarán heridas, pero con buena voluntad y algo de tiempo se podrían restañar.
El problema es que tengo serias dudas de que haya voluntad de rectificar y en estas circunstancias, me temo que esto va a ir a peor. Mucho peor. Al tiempo

Bernardo Fernández

Publicado en e-notícies 23/10/17

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