Sabíamos que podía ocurrir. No
obstante, algunos ilusos -entre los que me incluyo- pensábamos que en algún
momento el seny reaparecería en escena y se evitaría lo que ahora es un hecho:
la fractura institucional y el menosprecio al 52% de los ciudadanos de
Cataluña.
En efecto, el espectáculo que
nos han ofrecido desde el Parlament, con la aprobación de la Ley del Referéndum
y la de Transitoriedad Jurídica, ha sido, por decirlo suave, un insulto a la
inteligencia y un atentado a la convivencia en nuestro país.
Como no podía ser de otra
manera, estos días se ha escrito y hablado hasta la saciedad al respecto.
Ciertamente, he leído artículos y oído comentarios brillantes sobre la cuestión;
también auténticas butades que de todo hay en la viña del Señor. No insistiré. Eso
sí, voy a exponer lo que, en mi opinión, a riesgo de equivocarme, va a suceder
a corto y medio plazo en Cataluña.
Para empezar, la tensión ira
en aumento en las próximas semanas. Querellas, registros, incautación de
material presuntamente electoral, declaraciones, contradeclaraciones, alguna
que otra escaramuza y ocupación de espacios públicos serán el pan nuestro de
cada día.
Suceda lo que suceda, el 1 de
octubre no habrá referéndum ni nada que se le parezca. Sin embargo, no hay que
descartar que, en algún lugar, en alguna localidad, pongan urnas e intenten
llevar a cabo un simulacro de votación. Es posible que se intente algún tipo de
insurrección civil. Es decir, que pretendan ocupar determinados lugares más o
menos neurálgicos como pueden ser Radio Nacional de España, El Banco de España
o el aeropuerto del Prat, por poner algunos ejemplos. También se va convocar
alguna que otra concentración y/o manifestación en favor de la libertad, el
derecho a decidir, la democracia o vayan ustedes a adivinar las ocurrencias de
mentes tan febriles como las de los independentistas. No son pocos los
secesionistas que sueñan con un Maidán a la catalana. De todos modos, como dijo
recientemente el célebre Santi Sisa, “cuando caigan las primeras hostias todos
a comer a casa y a dormir pronto que mañana hay que abrir la tienda.” Después, cuando esté el ambiente lo
suficientemente caldeado convocaran nuevas elecciones, siempre y cuando queden
políticos independentistas que no estén inhabilitados, no vaya a ser que se
pierda el momio por falta de personal cualificado para proclamar: “Esta vez,
sí. Ahora vamos a dar el paso definitivo”, o algo por el estilo.
No obstante, secesionistas y
no secesionistas saben que con el actual estatus quo político Cataluña nunca
será independiente. Ni la ONU reconocerá un Estado catalán, ni cuentan con
ningún apoyo internacional digno de tal nombre, ni la UE admitirá nunca una
región que para ser independiente vulnere la Constitución del país al que
pertenece, como dejó meridianamente claro el presidente del Parlamento europeo
en una respuesta, por escrito, a un diputado de la cámara.
Con ese panorama de fondo, más
pronto o más tarde los secesionistas deberán aparcar sus entelequias, volver a
la prosaica realidad y sentarse a negociar sin apriorismos. Claro que, para que
eso ocurra, sería muy conveniente que Mariano Rajoy ya no sea inquilino de la
Moncloa y el PP no gobierne en España. A los populares la intransigencia y la
mano dura con Cataluña les proporcionan pingües réditos electorales, y mientras
eso sea así, para ellos el debate, la negociación y el pacto estarán de más. De
todos modos, en esta vida cada cual debe asumir sus responsabilidades y, desde
luego, el PP con Rajoy a la cabeza tienen mucho que purgar por su aportación a
todo este esperpéntico affaire catalán.
En cualquier caso, no
deberíamos olvidar qué si un determinado partido político que se autocalifica
de izquierda no hubiera sido tan radical, los secesionistas hubieran sido menos
maximalistas y hubiesen aparcado algunos de sus planteamientos, hoy ni Rajoy ni
el PP gobernarían. El PNV no hubiera logrado el pacto leonino que le arrancó a
los populares, tendríamos un gobierno de centroizquierda y, con toda
probabilidad, las cosas hubieran sucedido de otra manera, sin duda mejor, para
la mayoría de ciudadanos; pero aquellos polvos trajeron estos lodos y ahora nos
toca aguantar.
Y en estas circunstancias,
mientras las cosas no cambien, los ciudadanos de Cataluña, independentistas o
no, deberemos seguir soportando las colas de espera en la sanidad (de las más
largas de España), que la educación para nuestros hijos sea totalmente
insuficiente, porque tenemos uno de los presupuestos para enseñanza más bajos
per cápita de todas las comunidades autónomas. Asimismo, muchos conciudadanos
seguirán llegando tarde a sus destinos, cada dos por tres, porque el transporte
público de nuestro país tiene más de desastre que de servicio; de manera
especial los transportes de cercanías; a la vez, seguiremos pagando los peajes
más caros de España… y un sinfín de penalidades más que no voy a enumerar para
no hacerme insufriblemente pesado.
En definitiva, la situación es
muy complicada y nos esperan tiempos difíciles. Se han abierto heridas muy
profundas que tardarán en cicatrizar. De todos modos, saldremos de ésta. Hemos
salido de otras similares e incluso peores. Para ello, se necesita seny, mucho
seny.
Lo que necesitamos ahora son
finos estilistas que zurzan los sietes que ha hecho el procés. Hacen falta en
la plaza Sant Jaume y en el palacio de La Moncloa hombres de Estado que piensen
en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones y, en estos
momentos, ni los de aquí ni los de allí están a la altura de las
circunstancias.
Así las cosas, habrá que
cambiarlos. No dan la talla. Y eso, depende de nosotros.
Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies.com
13/09/17
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