Estos días lo que se lleva en
los medios de comunicación es hablar sobre la fractura de los socialistas, la
investidura de Mariano Rajoy, quien será
ministro en el nuevo ejecutivo y otras bagatelas diversas. Todos ellos, asuntos
importantes, sin duda, porque de un modo u otro tienen que ver con nuestra vida
cotidiana.
Sin embargo, se habla poco o
nada y miramos de reojo el drama humanitario que los migrantes viven, un día sí
y otro también, en ese mar tan nuestro, el Mediterráneo. Pero, claro, como eso
afecta a las conciencias, mejor no tocarlo, aunque los números sean
escalofriantes.
Según informa Acnur (la
agencia de la ONU para los refugiados) al menos
3.800 personas han desaparecido o muerto en el Mediterráneo este año. 2016 es
ya, con diferencia, el año más mortífero de los últimos diez, que fue cuando la
ONU comenzó a registrar las llegadas y los fallecimientos en esta ruta. Pero es que, además, las llegadas a Europa a
través del mar fueron más el año pasado que éste. En 2015 llegaron a las costas
comunitarias más de un millón de personas y fallecieron 3.771, algunas menos que
este año. La diferencia está, pues, en las llegadas: 327.846, en los diez meses
que llevamos de año y, sin embargo, han muerto más en el trayecto. La explicación a este
aumento de desgracias se debe al pacto migratorio entre la UE y
Turquía que entró en vigor la pasada primavera. Desde entonces, la ruta central
Libia-Italia, se ha convertido en la preferida de los traficantes de personas,
pese a ser la más peligrosa.
Estamos viviendo la mayor crisis de refugiados que el
mundo afronta desde la Segunda Guerra Mundial. En estas circunstancias, es
necesario establecer vías seguras y legales para que la llegada de los
refugiados sea como lo que son: seres humanos. Una vez aquí, deben encontrar
una respuesta humanitaria, mínimamente digna, con atención específica para las
necesidades de los más vulnerables, mujeres, niños y personas dependientes.
“A fuerza de desventuras, su alma es profunda y
oscura”, dice el poeta, y tiene razón. Primero, por codicia, el Mediterráneo se
convirtió en un vertedero y, ahora, por la inacción de nuestros dirigentes en
un cementerio para refugiados que cometen el gravísimo delito de huir de
guerras y hambrunas en busca de un futuro y aquí les cerramos las puertas. ¡Qué
vergüenza!
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 02/11/16
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada