Desde
hace tiempo, demasiado, el socialismo español pierde adhesiones elección tras
elección. El punto de inflexión habría que buscarlo en la negra noche de mayo
de 2010, cuando Rodríguez Zapatero tuvo que doblar la rodilla ante las
exigencias de Ángela Merkel y los Mercados.
De
hecho, la crisis de identidad y proyecto que está viviendo el PSOE en la
actualidad tiene muchos puntos en común con otras situaciones similares. Sin
embargo, en esta ocasión esa crisis está inmersa en el trance que padece la
socialdemocracia en Europa, por un lado y, a su vez, el sistema político en su
conjunto.
La
dulce derrota de Felipe González, inflingida por José María Aznar. El
nombramiento como sucesor de Joaquín Almunia. Las primarias que encumbraron a
Josep Borrell, la espantada de éste. El pacto que firmó deprisa y corriendo Almunia con el PCE de
Paco Frutos, cuando asumió la responsabilidad de encabezar las listas
socialistas para las elecciones generales del año 2000 que resultó ser un
auténtico fracaso y permitió a los ,populares ganar por mayoría absoluta las
elecciones generales del año 2000, son eslabones de la misma cadena que
configura el relato socialista en nuestro país en los últimos 20 años.
Como
también forman parte de esa historia que la organización se convirtió en un
reino de taifas, el desbarajuste orgánico era considerable tras la derrota
electoral de 2000. Después, tras un tiempo de zozobras e incertezas, en un
Congreso convocado para escoger un secretario general y cuando todo parecía que
ese líder máximo sería José Bono, unas maniobras entre bambalinas, nunca
explicitadas del todo, encumbraron a José Luís Rodríquez Zapatero, que le ganó
la partida al manchego Bono por tan solo nueve votos, siendo elegido así como
máximo dirigente del entonces alicaído socialismo español.
Más
tarde llegaron las elecciones de 2004 que Zapatero ganó, más que por méritos
propios, por la mala gestión que hizo el Gobierno de Aznar de los atentados de
Atocha. Fue una victoria del todo inesperada, tanto para propios como para
extraños.
En
su primera legislatura, como Presidente de Gobierno, con el viento de la
economía de cara, Zapatero hizo una
buena gestión, de manera especial en derechos sociales y civiles. Sin embargo,
al poco de comenzar su segunda legislatura giró el viento de la economía y
llegaron las vacas flacas. La noche negra de mayo, a la que me he referido ya,
provocó la convocatoria anticipada de elecciones y la renuncia de Rodríqguez
Zapatero a presentarse de nuevo.
En
esas circunstancias, harto difíciles, Alfredo Pérez Rubalcaba, se hizo con el control del partido y obtuvo
en las elecciones de 2015 el peor
resultado hasta entonces, de los socialistas en el período democrático.
No
obstante, esos resultados aún podían empeorarse, y eso es lo que sucedió. Pedro
Sánchez, elegido secretario general y candidato a la presidencia del gobierno
en sendas elecciones primarias, obtuvo
los peores resultados en las elecciones de diciembre de 2015, tan solo 90 diputados,
y los empeoró el 26-J, cuando obtuvo, solamente 85 escaños.
De
todos modos, sería injusto achacar toda la responsabilidad de esas derrotas al
candidato. Las causas son más profundas y complejas y deben buscarse en otros
ámbitos. Además, la crisis en la que anda sumido el socialismo español no es
demasiado diferente a las crisis que están padeciendo los distintos partidos
socialistas europeos.
Los partidos socialdemócratas de los países que ha sacudido más fuerte la crisis han
ido rebajando sus
planteamientos. Hoy día, parece que el programa máximo de la
socialdemocracia consiste en relajar los plazos de los ajustes y reclamar algo
de inversión pública.
Se
debería explicar que no se trata de prescindir del Estado de bienestar, que
tendrá que seguir existiendo, pero habrá
que reformarlo para hacerlo más eficiente y sostenible. La desigualdad social es
consecuencia de una desigualdad previa en la distribución del poder económico.
Por eso, pueden ser necesarias intervenciones para fragmentar el poder
financiero (concentrado en unos pocos bancos, sobre todo, ahora, tras la desaparición de las
cajas).
En
definitiva, el socialismo español ha perdido sus señas de identidad, para ello
es necesario que se encuentre así mismo. Y eso, sólo lo logrará si aúna fuerzas
y comparte objetivos con otros partidos socialistas y progresistas de Europa. Ahora
bien, eso no significa que primero no tenga que hacer los deberes en casa,
porque nadie vendrá a hacérselos. Lo que quiere decir sobre todo, ganarse de
nuevo la confianza del electorado, y para eso, como la mujer del César, además
de ser honrado hay que parecerlo.
Bernardo
Fernández
Publicado
en Crónica Global 09/09/16
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