Entiéndase la resolución del
Comité Federal del PSOE, de decir “no” a la investidura de Mariano Rajoy como
algo meramente coyuntural, que puede variar en función de cómo evolucionen los
acontecimientos políticos.
De no ser así, los socialistas
sumarían a sus peores resultados electorales (85 diputados), obtenidos en los
comicios del pasado 26-J, un error estratégico muy difícil de calibrar en estos
momentos, pero, a buen seguro, de efectos devastadores.
Más pronto que tarde los cuadros
dirigentes del PSOE deberán hacer una inmersión intensiva en el realismo
político y comprender que por interés propio y por el bien común, lo más
razonables es que los socialistas se traguen unos cuantos sapos y acaben
absteniéndose para que Rajoy pueda ser presidente de Gobierno.
Ciertamente, no ha de ser
fácil, cuando durante cuatro años se ha estado desballestando sistemáticamente
el Estado del bienestar, se ha re centralizado el Estado o se han aprobado
leyes como la Ley “Mordaza” o la LOMCE. Es verdad, ha de ser un trago muy
amargo permitir que los responsables de esos desvaríos, sean los mismos que nos
vayan a gobernar los próximos años, pero la política tiene estas cosas.
En efecto, sin embargo, no
podemos olvidar que la política es el arte de lo posible. Por eso, aquellos que
especulan con la formación de un Gobierno de izquierdas si Rajoy fracasa en su
intento, deben entender que 85 diputados en una cámara de 350 escaños, no es la
masa crítica necesaria para consolidar una mayoría estable. Y confiar esa
estabilidad a aquellos que hace unas pocas semanas querían dar el “sorpasso” o
a los que se quieren marchar, sería una insensatez sin futuro. Sólo faltaría
confiarles los ministerios de Interior, Justicia y Hacienda para que el dislate
fuera total.
En consecuencia, o se facilita
la investidura de Rajoy o vamos a nuevas elecciones y es evidente que eso no le
conviene ni a la sociedad en su conjunto, ni a los partidos políticos y, menos
que al resto, a los socialistas, puesto que se les cargaría a ellos la
responsabilidad de esos nuevos comicios.
Por tanto, los herederos
ideológicos de Pablo Iglesias Posse (fundador del PSOE y de la UGT) deberían
hacer de la necesidad virtud y, llevando el agua a su sardina, proponer a los
populares un pacto de estabilidad basado en cuestiones esenciales. Para
empezar, no estaría mal recuperar el documento que meses atrás aprobaron PSOE y
Ciudadanos. Podría servir como punto de partida para ese acuerdo sobre la
gobernabilidad.
Metidos ya en harina, el
equipo negociador de Pedro Sánchez debería poner sobre la mesa cuestiones tan
sensibles como, por ejemplo, un salario mínimo que permita recuperar el poder
adquisitivo de la clase trabajadora, convocar con urgencia el Pacto de Toledo
para establecer un sistema recaudatorio que garantice la dignidad i
sostenibilidad de nuestras pensiones, crear un grupo de trabajo que habrá el
melón de la reforma constitucional, derogar los artículos más conflictivos de
la reforma laboral, hacer un gran pacto de educación y un sinfín de asuntos más
de especial importancia.
Además, los socialistas
deberían exigir que, pasados 2 años, el presidente del Gobierno se sometiera
una cuestión de confianza, sería entonces el momento oportuno para evaluar el
grado de cumplimiento de ese pacto.
Si eso se explica bien, la
ciudadanía lo entenderá y sabrá valorar el esfuerzo que hace cada cual y las
renuncias a que cada uno está dispuesto a llegar en aras del bien común y el
interés general.
De hecho, el PSOE,
especialmente de la Transición para acá, ha sido un partido reformista y con
esa abstención podría impulsar un puñado de políticas transformadoras que buena
falta nos hacen.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global
14/07/16
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada