Un día sí y otro también, los
medios de comunicación nos proporcionan noticias sobre los más variados casos
de corrupción, evasión de capitales y fraude fiscal. Cuando no es un dirigente
político que ha escondido dinero en Suiza, es otro que lo ha hecho en Andorra o
un partido que cobra mordidas por otorgar contratos y después blanquea el
dinero mediante rocambolescos movimientos financieros de sus cargos
públicos. Y si no es un banquero que
intenta blanquear dinero repatriando aquello que había expatriado cuando era
director de un banco al que expolió.
También tenemos un
expresidente de gobierno que camufló sus gastos personales mediante una empresa
pantalla, un ministro que había olvidado que trabajó para una empresa con sede
en un paraíso fiscal o un supuesto sindicato que iba de justiciero y en
realidad se dedicaba a extorsionar al prójimo, por no mencionar a una
asociación que decía defender a los consumidores, pero donde de verdad tenía el
negocio era en el chantaje a las entidades financieras. Por si todo esto no
fuese suficiente, existe una retahíla de empresarios, famosillos e individuos
de distinto pelaje que se dedican a esconder sus ganancias en paraísos fiscales
para, de ese modo, cotizar al fisco, cuando menos mejor. En definitiva, en España
tenemos el dudoso honor de disponer de uno de los mejores planteles de
estafadores, sinvergüenzas y desalmados del planeta Tierra.
Me ha parecido oportuno
empezar este artículo señalando alguna de las corruptelas que estamos
soportando como sociedad porque cuando cayó el muro de Berlín, fueron muchos
los que creyeron que la mayor circulación de personas, información, ideas y
dinero tendría efectos beneficiosos para todos nosotros. Sin embargo, la
realidad nos ha demostrado que es mucho más prosaica y además de unos efectos
positivos incuestionables, también ha llegado el movimiento “ad libitum” de
especuladores, traficantes de drogas y terroristas entre otros.
Todo esto, tiene que ver -y
mucho-, con los mal llamados paraísos fiscales. Refugios fiscales, me parece
una expresión más adecuada.
Sea como sea, a día de hoy,
existen entre 60 y 70 lugares en el mundo donde no importa quién eres ni a que
te dedicas, lo único verdaderamente importante es cuánto dinero tienes en tus
cuentas corrientes.
Pues bien, en esos paraísos o
refugios, las grandes empresas tienen sus depósitos bancarios, mediante
sociedades pantalla. La razón es simple: o no se pagan impuestos o si se pagan
los porcentajes son irrisorios en comparación con los de los países
desarrollados. Según los expertos en la materia un 30% de la riqueza mundial se
gestiona desde esos lugares.
Como nos recuerda Intermón
Oxfam, esa riqueza mundial está cada vez más concentrada. En 2010, 338 personas
poseían la misma riqueza que la mitad de la población más pobre. Pero es que en
2015 esa cantidad se concentró en tan solo 62 individuos
Si eso sucede es por dos
motivos. El primero es la falta de voluntad y decisión de las autoridades
políticas para atajar ese tipo de delitos, y el segundo, la tolerancia social ante
aquellos que mienten y ocultan para no contribuir a financiar lo público.
Según diversos estudios, casi
el 26% de nuestro PIB escapa del control del fisco. Eso equivale a unos 250.000
millones de euros. No obstante, es cierto que el fraude fiscal es muy difícil
de atajar. Quizás su eliminación total sea una quimera. Siempre habrá quien
encuentre la manera de evadir. Sin embargo, en Europa, la media porcentual del
fraude se sitúa unos 10 puntos por debajo del nuestro, o sea un 15%.
Bastaría con que en nuestro
país se consiguieran unas cifras similares a las de la UE y nuestra situación
mejoraría sustancialmente. Mantener el Estado del bienestar es caro y las
clases medias y populares ni queremos ni podemos soportar indefinidamente este
estado de cosas.
Que una parte de los recursos
queden fuera del control político socava la soberanía de los Estados, si a esa
situación añadimos la corrupción casi sistémica que nos sacude, llegaremos a la
conclusión que la inmensa mayoría de la ciudadanía estamos viviendo por debajo
de nuestras posibilidades, ya que hemos de sufragar lo que otros ocultan o
roban.
Los que defraudan no sólo
cometen un delito, sino que, además, privan de derechos y servicios a sus
semejantes y, por tanto, sobre ellos ha de caer todo el peso de la ley y el más
absoluto reproche social.
Solamente así, con el
esfuerzo, la solidaridad y la colaboración de todos, lograremos una sociedad
más justa y un mundo más habitable.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global
03/05/16
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