Durante
los años de plomo de la dictadura Europa era la gran esperanza. Cruzar los
Pirineos significaba recibir en el rostro una bocanada de justicia social,
pero, sobre todo, hacer una inmersión en libertad. Más tarde, con la democracia aún tierna en
nuestro país, nos convertimos en miembros de pleno derecho del Mercado Común
Europeo. Enseguida nos dimos cuenta de que ni es oro todo lo que reluce ni que
en ningún sitio atan los perros con longanizas. No obstante, y a pesar de algún
sueño fallido y diversas desilusiones, valió la pena.
Mediada
la primera década del siglo XXI llegó la crisis económica que, por cierto,
empezó en EEUU pero que aquí nos sacudió con extraordinaria virulencia; además
se pusieron de manifiesto otras como la
política o la social que, hasta la fecha, habíamos tenido soterradas.
Por
si todo esto fuera poco, los líderes políticos europeos escogieron para
resolver los problemas el camino equivocado: la austeridad. Los resultados son
obvios: una Europa empobrecida, con más paro, más escepticismo y varios Estados
de la UE a los pies de los caballos. Muy atrás queda la época en que Europa
marcaba tendencias, ya fuera en el pensamiento, la moda o el diseño, pero sobre
todo -y a mi juicio es lo más importante-, el progreso europeo siempre se basó
en el respeto al bienestar y a la dignidad de las personas.
Sin
embargo, en los últimos meses se ha puesto de manifiesto la incapacidad de la
UE para dar una solución basada en sus principios fundacionales de solidaridad
a los cientos de miles de refugiados que la guerra y las constantes violaciones
de los derechos humanos que suceden en sus países de origen, provocan que
busquen amparo en lugares más seguros. Una incapacidad que se genera -todo sea dicho-, por el boicot
ejercido por los Estados miembro que se han negado a aceptar cuotas.
En
este contexto, la cumbre europea del pasado 7 de marzo asumió acordar con
Turquía devolver todos los nuevos inmigrantes irregulares (incluidos los
refugiados) que lleguen a Grecia desde ese país. Reasentar en Europa por cada
sirio readmitido por Turquía, a otro procedente de los campos de refugiados que
hay en territorio turco.
Asimismo,
la UE se comprometió a adelantar a junio de este año la exención de visados
para los ciudadanos turcos en Europa. También se accedió a desembolsar 6.000
millones de euros para que Turquía pueda
atender a los refugiados sirios. Todo eso, además de abrir una nueva mesa de
negociación para la adhesión de Turquía a la UE.
Como
no podía ser de otra manera, el vergonzoso pacto con Turquía, que, con toda
probabilidad, es la peor de todas las opciones posibles, ha sido rechazado por
las agencias especializadas de la ONU.
A
día de hoy, el proyecto europeo hace aguas. En estas circunstancias es necesario
un cambio de rumbo o el sueño europeo de millones y millones de ciudadanos se
puede ir al garete.
Es
verdad que los orígenes que han ocasionado el fracaso de la acogida e los
refugiados son complejos. Desde países que
directamente se han opuesto a la acogida, hasta otros que dijeron sí con
la boca pequeña.
Sea
como fuere, llevamos ya demasiado tiempo viendo el ascenso de los partidos populistas de derechas con un discurso antiinmigración que nadie se
atreve a contestar abiertamente. Las consecuencias las pudimos comprobar en
Alemania hace pocas semanas, donde se celebraron elecciones en diversos lánders
y los partidos de la gran coalición gobernante (CDU y SPD) fueron seriamente
castigados, mientras que los populistas e, incluso, los abiertamente xenófobos
eran premiados en las urnas.
Sería
hacer una lectura demasiado simplista de
la situación relacionar de forma directa
los atentados de Paris del mes de noviembre o los ocurridos en Bruselas días
atrás con las políticas migratorias. Ahora bien, es innegable que esos sucesos
tienen que ver con la debilidad de la UE y ese es el nudo gordiano de muchos de los problemas que nos atañen. Un
ejemplo: la capitulación de los Estados miembros para evitar la marcha de los
británicos es una prueba palmaria de esa debilidad.
Vivimos
tiempos convulsos, la crisis económica y el terrorismo de origen yihadista
están condicionando nuestra existencia; además esta situación es terreno
abonado para el populismo más exacerbado.
Con
este panorama de fondo, el proyecto europeo tiene muchos números para
embarrancar, dado que los nacionalismos se reafirman en situaciones como la que
estamos padeciendo.
El
vergonzoso pacto con Turquía ha puesto sobre el tapete las debilidades internas
de la UE y la crisis de los refugiados es un ejemplo de inacción política.
Pese
a todo, aún estamos a tiempo de reconducir la situación. No obstante, para eso,
hace falta liderazgo, convicción de que es posible y vale la pena,
transversalidad y, sobre todo, voluntad política, aunque ello suponga dejarse
alguna pluma en el camino.
Bernardo
Fernández
Publicado
en Crónica Global 04/04/16
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