Según indican todos los sondéos, las elecciones
generales del próximo 20 de diciembre pondrán fin al bipartidismo imperfecto
que ha regido nuestro sistema electoral hasta el momento. El mapa político de
nuestro país está más fragmentado que nunca. Además, y según una reciente encuesta del CIS,
los indecisos superan el 40% del total del censo; por tanto, todo es posible.
Las formaciones políticas emergentes han irrumpido
con fuerza y están comiendo terreno a los partidos tradicionales. Si las
encuestas no erran vamos camino del cuatripartidismo. De confirmarse estas
predicciones, formar gobierno a partir del 21 D, sin una mayoría propia en el
Congreso, puede resultar harto complicado.
Fue Podemos quien con unos resultados inesperados en
la elecciones europeas abrió la caja de Pandora de nuestro mapa electoral.
Después, tras los comicios de Andalucía
y las municipales de mayo, el balance estuvo bastante por debajo de lo esperado. Eso, sumado a alguna rebelión interna y otras
yerbas, ha hecho que la formación de Pablo Iglesias trastabille un poco.
Sin embargo, Ciudadanos, la formación de Albert
Rivera que nació hace 10 años como una plataforma cívica, desde las autonómicas
andaluzas está subiendo como la espuma
y, a día de hoy, se codea en las encuestas con PP y PSOE. Mientras, Podemos, siempre según los mismos
sondeos, está quedando algo por descolgado.
Con ese panorama de fondo, en nuestro país se abren
unas perspectivas políticas inéditas hasta la fecha. El dialogo, la negociación
y el pacto, serán más necesarios que nunca, primero para escoger un presidente
que forme gobierno y después para lograr
la imprescindible estabilidad parlamentaria con la que llevar a cabo las ineludibles
reformas que hay que acometer para no quedar varados en una cuneta de la
historia.
Sea del color que sea el gobierno que el próximo 20
D salga de las urnas, deberá afrontar con prontitud y decisión las tres grandes
cuestiones que hay sobre la mesa: regeneración democrática, Estado del
bienestar y problema territorial. A buen seguro que esos serán los ejes que
vertebren la política española en los próximos años.
Resulta absolutamente imprescindible llevar a cabo
una regeneración democrática que no sea tan solo un cambio de nombres y caras.
Hace falta un cambio de talante que acerque la política a los ciudadanos y que ésta
sea comprensible para ellos. Asimismo, es preciso luchar decididamente contra
la corrupción y ser implacables con aquellos que utilizan situaciones de
privilegio para realizar trapacerías.
En segundo lugar, pero no por eso menos importante,
es necesario recuperar el Estado del bienestar que se ha desballestado
utilizando la crisis económica como pretexto. Además se deberá ampliar y
consolidar. La ciudadanía espera acciones concretas que disminuyan la
precarización del mercado laboral, que se creen puestos de trabajo, que la
sanidad y la educación sean unos servicios públicos de calidad y que se dote a
la dependencia de recursos suficientes,
entre otras muchas cuestiones. De la misma forma que espera que se afronte, de
una vez, una reforma tributaria que sea
equitativa.
Por otra parte, no se puede demorar por más tiempo
la reforma del Estado de las autonomías. Soy de la opinión que el camino en
este ámbito es una reforma federal de la Constitución. Quizás para muchos
ciudadanos este no sea el problema más
acuciante y no les faltará razón, pero si es consustancial para un parte
importante de la población que espera respuestas, especialmente en Cataluña,
Euskadi y otros lugares del Estado,
Ignorarlo sin más, pienso que es un error que más pronto que tarde pagaremos
todos.
Es posible que a partir del 21D entremos en una
etapa de mayor zozobra parlamentaria. De ser así, la gobernabilidad será más
difícil. Tal vez vamos a una etapa de menor estabilidad. Eso obligará a dialogar, negociar y pactar. Al fin y al
cabo, esa es una de las esencias de la democracia. Y el acuerdo siempre es preferible a la
imposición.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 12/12/15
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