17 de novembre 2015

ESPERPENTO POLÍTICO

Confieso que siento un cierto hartazgo de escribir con tanta frecuencia sobre la cuestión catalana. El día que deje de hacerlo, será porque en Cataluña hemos empezado a vivir una etapa de normalidad política. No obstante, mientras eso no suceda, pienso seguir insistiendo para denunciar las barrabasadas que en pro de una hipotética república catalana, los independentistas están diciendo. Y, lamentablemente, están empezando a hacer.
Ciertamente, lo sucedido estos últimos días en la Cámara catalana no deja de ser un ataque de paranoia colectivo. La declaración de inicio de “desconexión” con el resto de España, aprobada el pasado 9 de noviembre, es el error más grave que se ha cometido jamás en democracia en nuestro país. Así como la falta de acuerdo entre los diputados independentistas para investir un presidente, resultaría cómica si no fuera auténticamente patética.
De hecho, estamos ante un auténtico insulto a la inteligencia.  Un atentado a las normas democráticas establecidas. Lo que está ocurriendo estos día en Cataluña, pone de manifiesto que la mayoría política existente son una pandilla de descerebrados. Se mire como se mire, lo sucedido no tiene nombre. Atenta contra las más elementales normas de convivencia, violenta la legalidad vigente y pone de manifiesto la baja catadura moral y política de los que primero han propuesto y después votado ese mal llamado proceso de construcción de la república catalana.
Como se ha dicho hasta la saciedad, la candidatura impuesta por Artur Mas, Junts pel Sí (JxSí) ganó las elecciones del pasado 27 de septiembre pero perdió el plebiscito que el propio Mas y sus secuaces había planteado. No obstante, han decidido tirar por el camino de en medio y además de la rotura con la legalidad vigente plantean la creación de una hacienda y una seguridad social propias, a la vez que se elaborará una constitución  catalana. Es decir, dividir la sociedad en dos mitades, más de lo que ya está.
Estos aprendices de brujo deberían saber que para según qué proyectos, son imprescindibles grandes consensos; basta recordar la época de la Transición. La historia  nos recuerda que procesos de gran envergadura sin grandes apoyos están condenados al fracaso.   
Por otra parte, resulta curioso que junto  con la resolución de “desconexión” se aprobaron una serie de medidas –Plan de emergencia y urgencia social, lo denominan los impulsores de la CUP-  que, en principio, deberían ser bienvenidas, si fuera creíble que aquellos que han sido adalides en recortes y prácticas austericidas ahora las pondrán en marcha. Sucede que son cuestiones que el gobierno aún en funciones había rechazado reiteradamente llevar a término en las pasadas legislaturas, alegando falta de recursos materiales, ahora, cuando lo pide la CUP, a los del JxSí se les abren las carnes para dar satisfacción a los “cuperos”. Pero es que además surge la pregunta: ¿Si todo eso se puede hacer, es que hay recursos, entonces para qué se quiere la independencia?
Ante esta situación de despropósito, y como no podía ser de otra manera, Mariano Rajoy, por una vez, ha reaccionado y el Gobierno, tras escuchar la opinión del Consejo de Estado, presentó ante el Tribunal Constitucional (TC) un recurso para que éste suspenda la iniciativa aprobada en el Parlamento de Cataluña. Como no podía ser de otro modo,  el TC suspendió de inmediato la propuesta y, además, hizo llegar una advertencia a los responsables parlamentarios y del gobierno catalán de los delitos que podían cometer en el caso de seguir en la porfía.
Decía Josep Tarradellas que en política todo se puede hacer menos el ridículo. Pues bien, parece que Artur Mas desconoce esa máxima “tarradelliana” y ante la imposibilidad de ser investido tan solo por los suyos, al no tener el número de votos suficientes, decidió lanzarse en manos de los antisistema, mancillando y degradando la Presidencia de la Generalitat como Institución, convirtiéndola en moneda de cambio, no ya por un palto de lentejas, sino por mantener al cargo a cualquier precio, aunque se quede como algo poco menos que decorativo.
La imagen que se transmite hoy de Cataluña a la comunidad internacional es de esperpento político. Así por ejemplo, Agbar ha decidido trasladar su sede a Madrid, la agencia de calificación FITCH da a la deuda catalana el nivel de bono basura. En el ámbito interno la sanidad pública está en proceso de desguace al igual que la educación, y si un sistema y el otro se mantiene es gracias a los profesionales que derrochan energías y vocación para salir adelante; de otros servicios sociales mejor no hablar, al fin y al cabo son bagatelas ante la inmensa obra que nuestros gobernantes deben llevar a cabo.  
Con este panorama de fondo, en un país normal (como les gusta decir a algunos), lo normal sería convocar elecciones. Sin embargo, los nacional secesionistas saben que su proyecto ha entrado en la recta final y las próximas elecciones –sean cuando sean- pueden ser la puntilla a su sueño de verano. Además con unas elecciones generales de por medio, la bicoca de que “en Madrid no nos hacen caso” puede tener los días contados. Por eso, y aunque en estos últimos tiempos, en Cataluña lo más imprevisible suele ser lo más factible, es muy probable que JxSí y las CUP acaben encontrando alguna fórmula magistral para seguir adelante. Como diría un antiguo compañero: los antisistema han tocado poder y les ha gustado. Y yo añadiría: y Artur Mas hará lo que sea para seguir en la poltrona.     

Bernardo Fernández

Publicado en Crónica Global 16/11/15

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