02 de febrer 2013

RECUPERAR LA IDENTIDAD

Ascenso y declive del socialismo


En el periodo comprendido entre 1977 y 2010, el PSC ha sido la fuerza política hegemónica en Cataluña. De las 32 convocatorias electorales celebradas en ese tiempo, los socialista ganaron 22 (todas las generales, todas las municipales y casi todas las europeas) CiU ganó siempre en los comicios al parlamento autónomo, pero en 1999 y bajo el liderazgo de Pasqual Maragall, el PSC ganó en votos, aunque no en escaños. Los nacionalistas, a su vez, ganaron, de forma excepcional, en las europeas de 1994.

Estos resultados, dieron a los socialistas las alcaldías de prácticamente todos los grandes municipios. Así como la presidencia de la Diputación de Barcelona durante más de dos décadas y también importantísimos cargos en la Administración central. Todo eso hizo del PSC uno de los partidos con mayor peso institucional de Europa. Tan solo la larga permanencia de Jordi Pujol en la Generalitat ensombreció algo ese reinado.

Con el cambio de siglo, esa hegemonía empezó a mostrar síntomas de agotamiento, ya en las elecciones autonómicas de 2003 el revés fue considerable. Después, la apabullante victoria en las generales de marzo de 2008 hizo pensar a los socialistas que las cosas volvían a esta en su sitio. Pero el tiempo ha hecho comprender que aquello fue un espejismo.

Ese ciclo, que podríamos denominar histórico, concluyó con la sentencia del Estatuto, en julio de 2010. Después en Cataluña, y debido también a la crisis económica, se ha abierto una nueva etapa en la que el eje catalanista se ha desplazado hacia el soberanismo y el derecho a decidir, poniendo en cuestión, de momento, las recetas clásicas de la socialdemocracia.

En ese tiempo, de gloria y éxitos, el PSC se fue alejando progresivamente de la ciudadanía, haciendo de la tecnocracia y la gestión sin ideología, un valor superior a la propia política. No pocos dirigentes y cuadros medios del PSC daban por descontado que con la buena gestión era suficiente.

Por otra parte, se cometió el error de pensar que la cuestión nacional era el problema y se echó mano de la ambigüedad esperando que la tormenta amainara. En cambio, no se tuvo en cuenta que en realidad el problema estriba en si las ideas son hegemónicas o no. Al socialismo en general, (y en esto los socialistas catalanes no han sido una excepción) le ha fallado casi siempre la política de comunicación. Además, acontecimientos como la llegada de Obama a la casa Blanca o las primaveras árabes, han puesto de manifiesto que la relación de los partidos políticos con el electorado hay que fomentarla en todos los ámbitos posibles, y lugares como Internet no pueden quedar excluidos.

Por otra parte, tras la mencionada sentencia sobre el Estatuto, el PSC no ha sido capaz de articular un discurso alternativo que permita contrarrestar el soberanismo. Y más allá de los problemas con el PSOE, todas las familias del socialismo catalán coinciden en admitir serias carencias en el discurso federalista del partido.

No es menor, tampoco, la cuestión de la federación de Barcelona, que, con la del Baix Llobregat, ha sido siempre la punta de lanza del PSC, pero en estos momentos está en sus horas más bajas. Pese a haber perdido el poder en el Ayuntamiento, apenas ha habido renovación y lo que es peor: a día de hoy, carece de un proyecto para la ciudad y de un rostro que la ciudadanía pueda identificar como líder de los socialistas en la capital. "No haremos nada mientras no despeguemos en Barcelona", afirman diversas fuentes del partido.

Y por si todo esto fuer poco llegó la crisis, y el socialismo catalán ha tenido que pagar, como el conjunto de las organizaciones socialistas y socialdemócratas europeas, su cuota parte de responsabilidad con recargo incluido. Y escribo recargo, porque una crisis que fue generada en las entrañas del capitalismo financiero, la han tenido que asumir políticamente aquellos que nada tuvieron que ver en sus orígenes, aunque es cierto que ni la vieron venir, ni la supieron parar, ni la han sabido gestionar.

Tampoco el PSC ha sido ajeno al mal endémico de la socialdemocracia que consiste en hacer políticas de izquierdas y propuestas progresistas cuando se está en la oposición y, en cambio, al llegar al poder se ponen en práctica políticas de derechas.

Por todo lo referido en este escrito y algunas otras razones que se me han podido escapar, hoy, el socialismo, tanto español como catalán, necesita recuperar su identidad e iniciar un proceso de reconstrucción. Cada uno con su idiosincrasia, cada cual con sus matices, pero con un denominador común: la libertad, la igualdad y la justicia social como ejes vertebradores de las políticas. La sociedad lo demanda, y más que nunca lo necesita.

Esta por ver en qué queda la insubordinación de los cinco diputados socialistas que el pasado 23 de enero hicieron caso omiso de las directrices de su grupo parlamentario y se abstuvieron en la votación de la declaración sobre soberanía. Tal vez sea un simple tormenta de verano o bien, por el contrario, es un torpedo en la línea de flotación que abre vías de agua incontenibles. Sea como fuere, la sociedad necesita de una fuerza de izquierdas solida y potente, con vocación de gobierno y capaz de plantar cara a las derechas, ya sean españolas o nacionalistas.

En la próxima entrega, con toda modestia, pondré negro sobre blanco algunas propuestas que puedan servir de base para que el partido socialista vuelva a ser el partido en le que mejor se identifican las clases medias y populares, y a la sazón fuerza hegemónica.



Bernardo Fernández

Publicado en la Voz de Barcelona 30/01/13

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